La mía es una enfermedad, por lo menos en parte, de singularidad. Llegué a Al-Anon cuando tenía unos 20 años durante una etapa en la que apenas había comenzado a admitir a mí mismo y a otros que era gay. Supe después de mi primera reunión que Al-Anon era el lugar para mí porque, tan confundido y tembloroso como estaba de haber crecido en la enfermedad del alcoholismo y la adicción, encontré un gran consuelo en los abrazos y el cariño que recibí de los otros miembros. Sin embargo, no estaba seguro si ellos sentirían lo mismo por mí si supieran que soy gay. Así que, intercambiaba los pronombres cuando hablaba de mi vida romántica —«ella» en lugar de «él». Al crecer me sentía diferente y solo, y la locura de la vida en mi hogar solo ayudó a perpetuar esos sentimientos.
Sin embargo, cuanto más tiempo permanecí y comencé a sanarme de los efectos de haber crecido y vivido con la enfermedad, me di cuenta de que, para seguir creciendo, iba a tener que ser completamente sincero . Entonces compartí mi secreto con mi primer buen amigo en el programa. Ella me miró, sonrió y me dio un gran abrazo, diciendo, «Cariño, lo sé, y te amo por ser tú». En ese entonces, todavía estaba aprendiendo quién era yo y aceptarme exactamente como era, así que su aceptación significó muchísimo para mí.
En los años transcurridos desde entonces, Al-Anon se ha convertido en un lugar en donde me siento seguro, aceptado y bienvenido. A su vez, considero mi responsabilidad hacia otros miembros y particularmente hacia los recién llegados la de acogerlos con ese mismo amor incondicional que se me brindó. Curiosamente, me parece que cuanto más doy, más se me devuelve. Hoy en día, estoy agradecido de poder ser verdaderamente quien soy —uno de muchos otros miembros. No soy mejor ni peor que nadie. Formamos un círculo de iguales que están aquí para sanarse y ayudar a que otros se sanen de los efectos devastadores del alcoholismo.
Por Josh P., South Carolina
Al‑Anon se enfrenta al alcoholismo 2020