En mi primera reunión de Al‑Anon, la gente conversaba y reía. Fue difícil para mí entender cómo podía encontrar algo de qué reírse. Yo me sentía miserable. Mantenía sola a una familia de cuatro, estaba enojada conmigo misma porque no me había atrevido a agarrar a mis hijos pequeños y marcharme. Mi esposo alcohólico era guapo y encantador cuando estaba en público, pero me ignoraba a mí y a los niños en las raras ocasiones en que estaba en casa.
Él pagaba por el alcohol que bebía con su trabajo de medio tiempo en una zapatería, pero nuestra vida familiar estaba vacía y sin amor. Asistí a muchas reuniones y leí mucha literatura de Al‑Anon antes de darme cuenta de que el alcoholismo es una enfermedad y que me afectaba.
Después de leer todos los libros y folletos de Al‑Anon que pude encontrar, se me quedó grabada una palabra: desprendimiento. Pasé mucho tiempo probando diferentes enfoques para que el alcohólico reconociera que los niños y yo necesitábamos su atención y amor. Aprendí a desprenderme, y finalmente él tocó fondo y buscó la sobriedad. Gracias a Al‑Anon, finalmente pude abandonar mi obsesión por el alcohólico. Continué mi carrera como escritora científica y me concentré en mis intereses en las artes y la música, todo lo cual mejoró mi autoestima.
Desafortunadamente, mi matrimonio no duró, pero en mis grupos de Al‑Anon encontré la amistad, el amor, las risas y la autoestima que continúan llevándome hacia una vida maravillosa y serena.
Por Faith, Nueva Jersey
The Forum, septiembre de 2022
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