¿Qué ocurre si hay personas que conozco en la reunión? ¿Qué pensarán de nosotros? ¿Juzgarán a mi hijo? ¿Me juzgarán a mí? ¿Y si chismean sobre nosotros por la ciudad? Estas fueron las preguntas que me impidieron asistir a mi primera reunión de Al‑Anon. Durante demasiado tiempo, sufrí innecesariamente en silencio.
Crecí con un padre alcohólico y ahora mi hijo estaba luchando contra la adicción a las drogas y al alcohol. No hablé con nadie fuera de mi familia inmediata sobre las luchas de mi hijo y quería seguir manteniendo nuestro «secreto». Ni siquiera mi madre lo sabía. Me había aislado por completo, y el miedo me impedía pedir ayuda.
Afortunadamente, la persuasión amable de una querida amiga me dio el valor que necesitaba para asistir a mi primera reunión. Atravesar esas puertas fue lo mejor que pude haber hecho por mí. La ayuda que encontré dentro de ese salón de reuniones salvó mi sano juicio. Al escuchar a los miembros compartir, me enteré de que había otros que habían estado donde yo había estado y no solo habían sobrevivido, ¡sino que habían progresado! Me sentí tan aliviada al descubrir que no estaba sola, que la gente no iba a juzgarme a mí ni a mi hijo, y que mi anonimato estaría protegido.
Estoy muy agradecida de haber encontrado el valor para ir a esa primera reunión. Gracias a Al‑Anon, he descubierto que puedo tener esperanza, serenidad e incluso alegría, ya sea que mi ser querido esté sobrio o no. ¡Qué regalo invaluable!
Por Nikki K., Kansas
The Forum, noviembre de 2020
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